Luzia en Montreal: Cuando México se instaló bajo la gran carpa del Cirque du Soleil

Cultura

Confieso que, siendo mexicana, nunca había visto en vivo un espectáculo del Cirque du Soleil. Mi primer encuentro con este universo no pudo ser más simbólico: fue aquí en Montreal, la ciudad donde nació este icónico circo contemporáneo, durante la premiere oficial de Luzia el pasado 15 de mayo.

Luzia no es una produccion nueva. Estrenada en 2016, este espectáculo ha girado por todo el mundo llevando consigo una oda visual, sonora y acrobática inspirada en México. Esta función en Montreal fue especial: una alfombra roja, personalidades invitadas, prensa, y degustación de margaritas, churros y tacos, y una comunidad entera lista para celebrar el regreso de un show que no pierde vigencia. Como mexicana, ver a mi cultura reinterpretada bajo una carpa internacional fue una experiencia muy significativa.

 

 Foto: Sofía García-Broca
Flores de cempasúchil y un vestuario que evoca a las mariposas monarcas, uno de los primeros actos de Luzia.
Foto: Sofía García-Broca

El espectáculo presenta 17 actos que entrelazan acrobacias, danza, contorsiones, teatro físico, efectos visuales, musica, vestuarios llamativos e imaginativos y escenografias evocadoras. Desde un número inspirado en el fútbol callejero hasta escenas aéreas llenas de poesía corporal, pasando por malabaristas, columpios rusos y personajes inspirados en los alebrijes, cada acto se conecta con una dimensión distinta de la identidad mexicana. No se trata de una representación literal, sino de un sueño postsurrealista con alma latina y estética global.

Lo que me sorprendió fue la libertad con la que Luzia reinterpreta lo mexicano. No hay narración lineal ni referencias explícitas a personajes históricos o eventos concretos, pero sí una serie de atmósferas que apelan al imaginario colectivo: la fiesta, la lluvia, el desierto, los sueños. Todo esto está presente, pero filtrado a través de una lente onírica y estilizada. Algunos actos apuestan por la exuberancia física —saltos imposibles, cuerpos en vuelo—, mientras que otros se acercan a lo contemplativo y simbólico. Es ahí donde encontré algunos de los momentos más interesantes del espectáculo, tanto por su belleza escénica como por las ideas que evocan.

Me resultó fácil identificar ciertos elementos visuales que aluden claramente la cultura mexicana: flores de cempasúchil, cactus gigantes que enmarcan escenas desérticas o veladoras encendidas que evocan una estética profundamente ligada al Día de Muertos y a la religiosidad popular. Si hubo un elemento que capturó con precisión la esencia visual de México fue, sin duda, el papel picado. Una gran cortina roja de papel picado, suspendida como telón escénico envolvente, actuó como un marco simbólico que unificó el espectáculo con la estética mexicana de ayer y hoy. Colorido, artesanal, festivo y efímero, el papel picado logró condensar en un solo gesto la riqueza de nuestra tradición popular y su potencial como arte visual.

 

 

 Foto: Sofía García-Broca
Espectáculo en el aire: una acróbata danza entre cortinas de agua.
Foto: Sofía García-Broca

Por contraste, otros recursos fueron más crípticos, como una gran rueda giratoria al fondo del escenario. A simple vista, parece parte vital del decorado, pero tras investigar descubrí que se trata de una reinterpretación del calendario azteca. Este tipo de referencias no son siempre legibles para el espectador promedio, y aunque enriquecen la propuesta visual, también dejan abierta la pregunta de cuán accesible es realmente el mensaje para quienes no conocen estos códigos culturales.

 

 Foto: Sofía García-Broca
Recreando un set de playa que nos recuerda al cine de los primeros tiempos, un acróbata se eleva sobre bastones de madera, hasta lo más alto de la carpa.
Foto: Sofía García-Broca

Uno de los momentos más visualmente refinados de Luzia es el acto de equilibrio sobre bastones. La escena se desarrolla en un set de fotografía antiguo, con luces suaves, vestuario vintage y un acróbata suspendido en el aire con movimientos precisos y casi cinematográficos que se va elevando. El programa describe este número como un "homenaje al cine mexicano de los años veinte", una afirmación que, como cineasta, me pareció inexacta. Si bien existieron algunas incursiones en el cine mudo en México durante esa década, no se puede hablar aún de una industria cinematográfica consolidada. El verdadero auge del cine mexicano —con narrativa, estilo propio y proyección internacional— surgió en los años treinta (“La mujer del puerto”, 1934 y con más exactitud en 1936: “Allá en el rancho grande”) y floreció en la década de los cuarenta con lo que hoy conocemos como la Época de Oro del cine mexicano.

Más allá de estas referencias cinematográficas, Luzia también sorprende por su audacia técnica y sensorial. Uno de los recursos escénicos que más me impactó fue el uso del agua y la lluvia, elementos que no esperaba ver en un espectáculo circense bajo carpa. Al entrar, no imaginaba que el agua sería protagonista, pero pronto la carpa se transformó: gotas que caían como lluvia fina y constante creaban una atmósfera envolvente y casi hipnótica. Más adelante, cascadas de agua se deslizaban formando figuras efímeras, que se iluminaban con colores vibrantes y daban vida a un escenario vivo y cambiante.

El agua en Luzia no es solo un efecto visual espectacular, sino un símbolo cargado de significado en la cultura mexicana: representa la vida, la fertilidad, la purificación y la conexión con la naturaleza. Esa presencia líquida crea un puente sensorial que nos sumerge en un universo de sueños y leyendas, donde el elemento vital fluye entre acrobacias y coreografías.

 

 Foto: Sofía García-Broca
Entre veladoras místicas un contorsionista realiza movimientos imposibles. Impecable y sorprendente acto dentro del show de Luzia.
Foto: Sofía García-Broca

Este uso creativo del agua es uno de los aspectos que hace único a Luzia, desafiando las expectativas del circo tradicional y mostrando cómo la tecnología y la imaginación pueden fundirse para contar historias que hablan de raíces profundas y universales.

 

 

 Foto: Sofía García-Broca
Una majestuosa cortina roja de papel picado, anuncia el intermedio.
Foto: Sofía García-Broca

Uno de los momentos más festivos y entrañables de Luzia llega casi al final del espectáculo, cuando la escena se transforma en una celebración colectiva. De pronto, el escenario se puebla de mesas y sillas de madera, floreros con cempasúchiles, y personajes que parecen sacados de una verbena popular. Es una fiesta mexicana reinterpretada con la sensibilidad escénica del Cirque du Soleil.

Lo que podría ser simplemente un cierre final se convierte en un homenaje a la alegría como acto de resistencia y a la vida como ritual compartido. Hay algo profundamente mexicano en esa forma de celebrar lo cotidiano con música, comida, danza y color. Este cierre no busca impresionar con acrobacias extremas, sino conectar emocionalmente desde la algarabía colectiva. Es un recordatorio de que, más allá del virtuosismo técnico, el circo también puede ser un espacio de evocación cultural y emocional.

Salir de la gran carpa tras ver Luzia es como despertar de un ensueño donde todo —la lluvia, el desierto, los papeles picados y las fiestas— existe simultáneamente, en un plano donde lo real y lo imaginario se entrelazan. Para mí, como espectadora y mexicana, fue también una oportunidad de ver reflejada nuestra cultura a través de la mirada ajena, imaginativa y respetuosa, que no teme reinterpretarla para encontrar nuevas espresiones. Luzia no explica México: lo ensueña. Y en ese ensueño, nos recuerda que la identidad también puede ser una celebración de lo diverso, lo poético y lo inesperado.

 

 Foto: Sofía García-Broca
El final de Luzia. En el escenario, una verbena popular, entre bailes, brindis y acordes los artistas se relajan y celebran.
Foto: Sofía García-Broca