Selva, Piedra y Memoria: Tabasco debate su herencia histórica.

Cultura

En fechas recientes se ha anunciado la posible construcción de un nuevo Museo Nacional Olmeca de más de 14,000 m² en Tabasco. A primera vista, la iniciativa parece una celebración del patrimonio cultural del estado: una inversión largamente esperada para proteger y poner en valor el importantísimo acervo olmeca que resguarda Tabasco y, en particular, su capital, Villahermosa. Sin embargo, el proyecto —aunque se dice que aún esta en etapa de elaboración— ha despertado inquietudes legítimas. Tal como se ha presentado hasta ahora, se cuestiona si es la buena nueva que muchos esperaban para revitalizar el arte y la cultura en la región.

Sin embargo hay un aspecto profundamente valioso en todo este debate: por primera vez en mucho tiempo, un sector de la ciudadanía está prestando atención activa al destino de su patrimonio cultural. Más allá del diseño arquitectónico o del presupuesto, lo que está en juego es algo mucho más profundo: la identidad intrínseca de Tabasco.

 

 Foto: Orbita Popular
El museógrafo y poeta Carlos Pellicer Cámara junto a un gran altar olmeca del Parque-Museo La Venta.
Fotografía del INAH.

La identidad no se construye solo desde las instituciones, sino también desde las voces que lo habitan y piensan. Por eso es vital escuchar a la comunidad —artistas, investigadores, estudiantes, activistas, ciudadanos preocupados— es importante, pero también es crucial reconocer que este proceso debe estar guiado por personas con formación especializada en museología, conservación, curaduría, museografía y arquitectura. Sin esa guía crítica y profesional, el proyecto corre el riesgo de diluirse entre opiniones dispares o decisiones aisladas. Como muchas y muchos que hemos querido contribuir a la cultura de nuestro estado —aunque muchas veces invisibilizados o desvalorizados—, sabemos que esta no es solo una discusión sobre un nuevo museo, sino una oportunidad para que Tabasco recupere el rumbo cultural. Porque si no se construye con criterio, también se puede destruir una herencia que ya ha resistido demasiado.

 

 Foto: Orbita Popular
Un arco trapezoidal invertido remite a los accesos ceremoniales de las culturas prehispánicas sin replicarlos literalmente, ejemplo elocuente de un brutalismo escultórico mexicano que articula paisaje, masa y geometría. Esto en el parque Tomás Garrido Canabal donde se ubica el Parque-Museo La Venta. Herencia arquitectónica de González de León.
Fotografía de Jorge Vázquez Ángeles.

El museo proyectado busca levantarse en el emblemático Parque-Museo La Venta, un espacio de vegetación densa que evoca lo que alguna vez fueron las extensas selvas tropicales de Tabasco. Allí aún sobreviven ejemplares majestuosos de ceibas —el árbol sagrado de los mayas—, entre la flora húmeda y los inevitables mosquitos. Este bastión de identidad cultural y natural fue concebido por el célebre museógrafo Carlos Pellicer Cámara, con la intención de albergar in situ los hallazgos arqueológicos extraídos tanto durante exploraciones petroleras como en las campañas arqueológicas de los años veinte y treinta realizadas por Frans Blom y Oliver La Farge.

Desde su apertura en 1959, el Parque-Museo La Venta no solo ha funcionado como un pulmón verde en pleno corazón de Villahermosa, sino como un espacio único de integración entre la naturaleza y el patrimonio prehispánico. Es, además, uno de los pocos ejemplos museográficos al aire libre que simula un ecosistema selvático real, donde se resguardan algunas de las piezas más significativas de la cultura olmeca. Porque no toda la herencia Olmeca está en los museos de Xalapa o de la Ciudad de México: varios de los vestigios más importantes, provenientes de la antigua ciudad de La Venta en Huimanguillo, Tabasco, se encuentran aquí, en el corazón de la capital tabasqueña.

 

Efectos del cambio climático

Desde hace casi siete décadas, este peculiar museo al aire libre ha resguardado 33 esculturas milenarias en un entorno natural único. Su integración con la selva tropical le dio un carácter innovador y poético, permitiendo a los visitantes experimentar las piezas olmecas en un contexto vivo y orgánico. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta virtud se ha convertido también en una amenaza para su conservación. Ya en las últimas décadas, los efectos del cambio climático, la contaminación y otros factores adversos han deteriorado gravemente las condiciones del sitio.

 

 Foto: Orbita Popular
La más emblemática cabeza olmeca del Parque-Museo La Venta es resguardada con costales durante la inundación de octubre de 2007.
Fotografía el Excélsior de California.

Las esculturas han permanecido expuestas a la intemperie, bajo las inclemencias del clima tropical, sin protección adecuada frente a la humedad, el calor extremo y las lluvias intensas. El parque está ubicado junto al Periférico de Villahermosa, una de las avenidas más transitadas y contaminadas de la ciudad. El smog, la polución constante, la lluvia ácida e incluso fenómenos extremos como las inundaciones —como la severa de 2007— han afectado de forma irreversible muchas de estas piezas, erosionando sus detalles, debilitando su material y acelerando su deterioro.

Aunado a esto, en dos ocasiones recientes se han vandalizado gravemente las piezas olmecas del Parque-Museo La Venta. La primera vez, en el 2009, cuando 23 de las 33 esculturas fueron severamente dañadas por integrantes de una secta religiosa, quienes, aprovechando la falta de vigilancia, rociaron las esculturas —de más de dos mil años de antigüedad— con una sustancia compuesta por aceite y sales. La segunda vez ocurrió en 2018, cuando dos turistas extranjeros, por razones que nunca se esclarecieron del todo, dañaron otras 15 piezas arqueológicas con aceite. Estos actos de vandalismo evidencian una alarmante falta de vigilancia y protección. Esas piezas no son solo patrimonio de los tabasqueños, sino de México y del mundo.

A esto se suma el hecho de que las esculturas olmecas, si bien son monumentales, no son estructuras arquitectónicas como las pirámides mesoamericanas, que en la mayoría de los casos no pueden o deben moverse de su emplazamiento original. Las piezas del Parque-Museo La Venta sí pueden —y deben— ser resguardadas adecuadamente en un ambiente controlado, donde factores como la humedad, la temperatura y la exposición a la luz se regulen con precisión, conforme a los estándares internacionales de conservación patrimonial.

 

Su conservación

Sin embargo protegerlas no implica construir un museo desproporcionado, desconectado de su entorno natural, o repetir errores del pasado. Se entrevé que el arquitecto que estaría encargado del nuevo proyecto es Enrique Norten, de la firma TEN Arquitectos. Fue precisamente hace 14 años quien diseñó el ahora tristemente célebre MUSEVI (Museo Elevado de Villahermosa), una estructura blanca de acero y concreto ubicada entre la Laguna de las Ilusiones y el lago vaso Cencali. Lo que prometía ser un ícono cultural se transformó en una obra casi inconclusa y poco funcional: a medio pintar, abandonada, oxidándose, cubriéndose de moho. Unos pocos curiosos suben hoy a ver lo deteriorado de esta infraestructura invasiva y disonante con el entorno tabasqueño. Funcionó brevemente como una exposición de esculturas temporales y hasta tuvo un café, pero pronto fue olvidado por las autoridades en turno. Fue una galería efímera más que museo, que jamás logró consolidarse como espacio de referencia.

Frente a esto, urge volver a la raíz. El Parque-Museo La Venta fue concebido por Carlos Pellicer Cámara, figura que comúnmente se recuerda como poeta, pero cuya faceta como museógrafo ha sido injustamente olvidada. Pellicer estudió museografía nada más que en la Sorbona de París y participó en la creación de siete museos, entre ellos el Anahuacalli —junto a Diego Rivera— y el museo arqueológico de Tepoztlán. En Tabasco, su visión lo llevó a fundar el Parque-Museo La Venta en 1958, al aire libre, inmerso en la selva, que buscaba no encerrar las piezas prehispánicas sino devolverlas a un entorno viviente.

 

 Foto: Orbita Popular
El proyecto que se presentó recientemente y que ha generado debate. Se entrevé una geometría ortogonal y repetición modular, hay un extenso cuerpo de agua perimetral. Un contenedor sobrio y monumental, por su extension y porque no se entreven los árboles que caracterizan el Parque-Museo, se ha cuestionado la ciudadanía dónde se situaría una extensión de construcción como la que se muestra, en medio de la pequeña selva que actualmente hay en el lugar.
Render de TEN arquitectos, el dia que se presentó el proyecto o anteproyecto.

Su proyecto fue profundamente innovador para su tiempo. Hoy sabemos que las condiciones actuales —cambio climático, contaminación, vandalismo— exigen nuevas soluciones arquitectónicas, paisajísticas, museologícas y curatoriales. Pero no debemos olvidar el impacto o incluso la capacidad de inspirar el Parque-Museo en el imaginario literario, como curiosidad la famosa saga de la década de los noventa: Caballo de Troya de J.J. Benítez abre su primer tomo con una escena ambientada en el gran altar del Parque-Museo La Venta.

Y quienes crecimos en Tabasco lo sabemos: llevamos a nuestros amigos foráneos a ver las cabezas olmecas y a ponernos orgullosos de tener un legado tan antaño aun más que los mismísimos mayas, esto aunque la infraestructura del Parque-Museo esté deteriorada y defectuosa. Porque llegar frente a la colosal cabeza que representa a nuestro estado es un momento de admiración y apoteosis. La gran cabeza ha resistido miles de años, pero no resistirá muchas décadas más sin el cuidado que hoy en dia necesita y requiere.

La situación cultural en Tabasco no se puede entender sin reconocer los momentos en que sí hubo visión y compromiso con el patrimonio cultural. Primero en 1947 en el gobierno de Francisco J. Santamaría cuando le dio la oportunidad a Carlos Pellicer de poner el primer museo arqueológico en Tabasco en el centro de Villahermosa. Y luego Entre 1959 y 1987, durante los gobiernos de Carlos Madrazo Becerra, Leandro Rovirosa Wade, Mario Trujillo, Rafael Mora y Enrique González Pedrero, el estado vivió una etapa destacada de impulso a las políticas culturales. Fueron años en los que se apostó por la creación de infraestructura, por el fortalecimiento de la identidad y por el acceso al conocimiento. Hoy más que nunca necesitamos retomar ese espíritu visionario, no con nostalgia, sino con la convicción de que Tabasco puede volver a ser un referente de desarrollo cultural bien pensado, bien ejecutado y al servicio de su gente.

 

El CICOM

Centro de Investigaciones de las Culturas Olmeca y Maya—, un interesante e innovador complejo cultural y turístico, ha permanecido en gran medida abandonado a los márgenes del Río Grijalva que serpentea por Villahermosa, sin cumplir el propósito con el que fue originalmente concebido. Esta situación se repite en muchos de sus espacios, con la notable excepción del Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer Cámara. Este museo fue afortunadamente rehabilitado con acierto, y su acervo lo convierte en un referente indispensable de la historia prehispánica del sureste. Sin embargo, su administración ha dejado mucho que desear: una gestión cerrada, poco empática y con escasa apertura hacia proyectos artísticos o de difusión cultural. Lo digo por experiencia propia: en una ocasión, al intentar documentar algunas piezas para un cortometraje de carácter estético y ensayístico, la burocracia fue tan desalentadora que terminé enfrentándome a obstáculos injustificados por parte del INAH local, incluso con la intención de cobrar por el simple hecho de usar una cámara fotográfica. Es lamentable que un espacio con tanto potencial educativo y simbólico no aproveche sus recursos para compartir, investigar y celebrar el legado que custodia.

 

 Foto: Orbita Popular
El célebre arquitecto Teodoro González de León quien hizo vasta obra en Tabasco y la Ciudad de México.
Fotografía de Arquine, por Miquel Adrià.

Este contraste entre la riqueza del acervo y la rigidez institucional no es un caso aislado. Tabasco ha tenido momentos excepcionales de visión cultural, pero han sido escasos en las últimas décadas. La última gran obra cultural digna de mención fue la biblioteca José María Pino Suárez, inaugurada en 1987 bajo el gobierno de Enrique González Pedrero. Para su construcción se convocó a uno de los arquitectos mexicanos más importantes del siglo XX: Teodoro González de León. Él concibió una obra sobria y monumental, con concreto cincelado que dialoga con la arquitectura prehispánica no desde la imitación, sino desde una resonancia profunda y tectónica. A él le debemos el diseño del parque Tomás Garrido Canabal y el Centro Administrativo Tabasco 2000. Modificar sin cuidado el parque Tomás Garrido, podría ser también atentar contra el legado arquitectónico de González de León en Tabasco, quien murió en 2016.

La reacción de muchas personas en el estado ha sido comprensiblemente crítica: se preguntan por qué se destinaría un presupuesto tan considerable a una obra de esta magnitud cuando existen necesidades urgentes en sectores como la salud; mientras tanto, los museos existentes han estado semi abandonados. A esto se suma el hecho de que, en el pasado, la Secretaría de Cultura local no logró consolidar una política cultural sólida ni inclusiva. Esta reflexión no debe entenderse como un rechazo al proyecto, ni al nuevo gobierno, sino como un llamado urgente a que se construya desde un compromiso auténtico con la justicia social, la preservación cultural y el desarrollo sustentable.

Revalorizar el patrimonio olmeca es urgente —la UNESCO lo ha señalado durante décadas—. No se trata de imponer otro monumento al olvido, sino de construir un espacio que resguarde las piezas olmecas y a la vez preserve lo que ya tenemos: el espíritu del Parque-Museo La Venta, su selva, su historia. Un museo que no borre, sino que prolongue la visión de dos hombres que imaginaron una cultura tabasqueña viva: Carlos Pellicer y Teodoro González de León.

En 2019, mi hermano —arquitecto— y yo redactamos una carta dirigida a la Secretaría de Cultura que no recibió respuesta. En ella proponíamos un “Museo del Mundo Olmeca” acompañado por una “Sala de Arte Contemporáneo: Carlos Pellicer Cámara”. Al releerla hoy, a la luz del debate actual sobre el nuevo museo en Villahermosa, me conmueve ver cómo esa iniciativa nació en un momento de entusiasmo recién egresada de los estudios de comisariado. Había estudiado ahí un poco de conservación y preservación curatorial, y entendía con urgencia que las piezas del Parque-Museo La Venta, tal como se presentan hoy, estaban —y están— en riesgo inminente. Si bien ahora reconozco que aquella idea del “mundo olmeca” quizás resultaba desproporcionada o mal denominada, la esencia de la propuesta sigue vigente: concebir un museo orgánico, atemporal y resistente, capaz de coexistir con la vegetación exuberante de la selva sin imponerle formas invasivas y descontextualizadas y, que garantice la protección duradera de las piezas olmecas ante el entorno y los retos del futuro.

Para imaginar este tipo de espacio no necesitamos mirar fuera de México. Dos arquitectos nacionales —con visiones distintas pero complementarias— podrían inspirar una arquitectura adecuada a este lugar y su espíritu.  Javier Senosiain, aun en activo ha desarrollado una arquitectura sensible al entorno, con estructuras suaves que parecen brotar del suelo como nidos, cuevas o colinas vivas, en diálogo constante con la topografía. Su lenguaje arquitectónico se inspira en formas naturales —serpenteantes, envolventes, fluidas— que no interrumpen el paisaje, sino que lo prolongan, abrazándolo. Esto permitiría que las esculturas olmecas se asomen hacia el paisaje, enmarcadas por la selva y no separadas de ella.

 

 Foto: Orbita Popular
Javier Senosiain junto a uno de sus edificios de bioarquitectura.
Fotografía del arquitecto.

Por otro lado, la materialidad que caracterizó a Teodoro González de León ofrece una inspiración igualmente poderosa. Sus volúmenes sobrios de concreto cincelado, resistentes al tiempo y al clima, remiten a las plataformas prehispánicas y a un brutalismo más naturalista y menos sórdido. Su arquitectura convive con la humedad, proyecta sombra y frescura, y encierra un sentido de permanencia que se alinea con la monumentalidad y perennidad de las piezas olmecas. Pensar un museo que combine ambas visiones —orgánica y pétrea— sería no solo un homenaje a nuestro patrimonio, sino una apuesta digna por el futuro de la cultura en Tabasco.

Aprovechemos el impulso —inusual y valioso— del actual gobierno estatal hacia el patrimonio olmeca, tras décadas de abandono institucional. No perdamos de vista que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) también ha expresado interés en establecer un museo de esta magnitud en Tabasco; una oportunidad excepcional que no debe desperdiciarse.

Pero esta empresa solo será exitosa si se escucha con atención a la ciudadanía informada y a expertos en la materia, si se transforma la crítica en propuestas concretas, y si se construye con visión a largo plazo. El legado olmeca que nos representa ante el país y el mundo no debe quedar al capricho de decisiones aisladas. Nos corresponde defenderlo con inteligencia, sensibilidad y rigor. Porque lo que está en juego no es solo un museo, sino la forma en que Tabasco decide honrar su historia y proyectar su identidad hacia el futuro.

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